De sus abuelas andaluzas habían aprendido el lenguaje secreto del abanico, que lo mismo servía para desobedecer al marido o al rey: esos lentos despliegues y súbitos repliegues, esas ondulaciones, esos aleteos.
Si las damas se quitaban el pelo de la frente con el abanico cerrado, decían: No me olvides.
Si escondían los ojos detrás del abanico abierto: Te amo.
Si desplegaban el abanico sobre los labios: Bésame.
Si apoyaban los labios sobre el abanico cerrado: No me fío.
Si con un dedo rozaban las varillas: Tenemos que hablar.
Si abanicándose se asomaban al balcón: Nos vemos afuera.
Si cerraban el abanico al entrar: Hoy no puedo salir.
Si se abanicaban con la mano izquierda: No creas en ésa”.
Si escondían los ojos detrás del abanico abierto: Te amo.
Si desplegaban el abanico sobre los labios: Bésame.
Si apoyaban los labios sobre el abanico cerrado: No me fío.
Si con un dedo rozaban las varillas: Tenemos que hablar.
Si abanicándose se asomaban al balcón: Nos vemos afuera.
Si cerraban el abanico al entrar: Hoy no puedo salir.
Si se abanicaban con la mano izquierda: No creas en ésa”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario